domingo, 24 de abril de 2011

LIENZOS


LIENZOS from Telemedellí­n on Vimeo.
El pintor de las comunas
Alonso Salazar. Revista del espectador 2002

Fredv Serna es aún joven, apenas sobrepasa los treinta años. Es delgado, de largo pelo crespo -a veces recogido en una cola-. No para de moverse y habla con instinto contestatario. No leyó textos como No nació pa 'semilla, ni vio películas como Rodrigo D, No futuro. Le parecían una visión limitada de su comunidad. Es una queja que extiende a la visión estereotipada que se difunde sobre los sectores humildes de las ciudades. No es un reclamo retórico sino existencial: se siente orgullosamente brotado de la barriada popular. Y para expresar ese arraigo pinta la dimensión poética de su entorno. Sus cuadros son una visión genuina de la gesta de miles de pobladores que Serna no para de reivindicar.
Salvador Serna y Carmen Gualdo, sus padres, llegaron de Alejandría, un pueblo del oriente antíoqueño, hace años, cuando la tierra dejó de dar lo necesario para vivir. Se anclaron en la zona noroccidental de Medellín donde terminaron de levantar la camada de nueve hijos. Fredy los sorprendió con un oficio atípico. Ser artista -profesión incierta en un medio donde abunda la necesidad y es bien visto acumular- era extraño. Pero su instinto lo empujaba más a la realización vital que al afán material. Hoy,cuando su arte ha alcanzado cierta cotización, lo sigue repitiendo: "el asunto no es vender, el problema es conocer...". Y cita a Borges: "la única manera de conocer la ciudad es perderse en ella".
Se hizo bachiller artístico en el Casd de Castilla, colegio donde conoció a Luis Eduardo Araque, a quien reconoce como su primer maestro. Un autodidacta que le enseñó el manejo del óleo y la pasión por el arte y que, sobre todo, lo hizo sentir por primera vez pintor de profesión. En la Universidad Nacional, en la carrera de Artes Plásticas, maduró técnica y concepto. Aprendió que pintar es sobre todo mirarse adentro. Y en su adentro encontró los colores, la luz, los vientos, las nubes y el paisaje que su memoria había guardado como identidad. Por ello Fredy pinta el norte, el trozo de Medellín que ha visto siempre desde el trono que la geografía le regaló a sus ojos. Pero específicamente pinta la comuna nororiental, al otro lado del río, un mundo de más de quinientos mil habitantes que crece casi perpendicular hasta lugares insospechados de la montaña.
Es una zona donde se ha protagonizado una hazaña que la otra sociedad se ha negado a ver para ensañarse sólo con el rostro pálido de la violencia. "Aunque en nuestro entorno existen cruces, de fuerzas duras, salvajes, también son tiernas, fantásticas, llenas de encantos", dice Serna. Y por ello su obsesión -en este paisaje donde entre muchas otras cosas ha abundado la muerte- ha sido dibujar la vida. No porque la muerte, como a todos, no lo haya acechado, hasta colarse a veces como sombras en su lienzo, sino por un acto de autoafirmación y de justicia con los pobladores que quieren sacudirse de estigmas.
Los colores con que pinta lo dicen. Sus pinturas -acrílicos que aprendió a fabricar con materiales de construcción como acronal y pigmentos industriales- insinúan no sólo construcciones, sino abigarrada humanidad y densidad de pasiones. En la primera generación de sus cuadros predomina, con trazo impresionista, el color ocre del ladrillo. En la segunda, las luces -que al decir de Serna son las flores de la ciudad- se filtran a través de la noche para trazar una geografía nebulosa que narra la intensidad de la barriada.
Su primer éxito, hace unos seis años, fue ganarse el salón Rabinovich que organiza el Museo de Arte Moderno de Medellín. Alberto Sierra, que ha sido hasta ahora el principal curador de su obra, se sorprendió de encontrar una pintura contemporánea y comprometida, que le sacaba cariño a ese mundo de ladrillo, que ahora domina el paisaje de las montañas que en otros tiempos, cuando aún eran verdes, pintó Eladio Vélez.
Sobre los pisos tercero y cuarto de su casa Fredy construyó  un pequeño reino. Su estudio y su habitación se empinan en el cerro para lograr una panorámica envidiable. A la derecha se asoman los edificios del lejano centro, a sus pies se extiende el barrio Castilla, a sus espaldas el Cristo del cerro El Picacho que domina la ciudad, y, al frente, "el espejo" como llama a la Comuna nororiental, esa que le devuelve en imágenes la historia de sus padres, de sus vecinos, que poblaron este lado del río para sumarse a la masa proletaria de la urbe.
Pero el suyo no es un reino encerrado, es de ventanas y puertas abiertas, una especie de torre meteorológica que permite ver las nubes que siguen ciertas rutinas, las sombras que se crecen con la tarde y las atmósferas, a veces turbias de contaminación, a veces limpias, que dan tonos que lo sorprenden. Hasta allí le llegan los rumores y los estruendos de la vida común. Los gritos de las señoras, la música que oyen las sardinas a todo volumen mientras trapean y el furor de la banda de guerra en pleno ensayo. Allí tertulia con poetas como Helí Ramírez y Marta Quiñones, con los miembros del grupo Eva Santana, cofrades de calle a quienes ha visto crecer musicalmente, y con diversos líderes comunitarios. En ese estudio -del que su madre siempre refiere el desorden- Fredy atiende a quienes quieren conocer su obra, ya sea un empresario como Nicanor Restrepo, que lo ha visitado para enriquecer la colección de Suramericana, o un curioso periodista.
De su torre Fredy sale para mostrar orgulloso la tienda de su padre, para presentar a Alexis Álvarez, llamado El Loco, un colega que pinta por encargo, a sus compañeros del periódico Común...C. Para mostrar, en el Colegio Progresar, el taller de puertas abiertas del maestro Guillermo Villegas que tiene más de tres mil esculturas de arcilla que amasaron niños, jóvenes y adultos de la zona, para expresar sus dolores y la alegría de la vida. Y en general, para hablar de su barrio, El Pedregal, donde nació y de donde no quiere moverse.
Al contrario de muchos profesionales que al menor éxito se fugan de sus comunidades, Serna, en la medida que crece su reconocimiento, se enraíza más a su casa, a su familia y a su gente. Desde su lucidez, hecha de la riqueza, del vigor, quizá también de las tragedias de su ambiente, y de su formación profesional, participa de los quehaceres comunitarios. Lo marcó la visita del norteamericano Vincent Sianne, quien compartió su experiencia fotográfica en las barriadas de Nueva York con jóvenes de las comunas. A ellos los acompañó en la tarea de fotografiar al Brooklyn de Medellín, travesía colectiva que se reveló en una exposición en la Sala del Centro Colombo Americano.
De allí le surgió la idea de organizar una performance con la gente de su barrio para la ciudad. Con la complicidad del curador Juan Alberto Gaviria, unosreinta jóvenes de la comuna se bajaron a la galería del Colombo. Pintaron en los muros sus casas y sus barrios; escribieron su poesía y toca ron su música; exhibieron quinientas fotografías de bautizos, primeras comuniones, matrimonios y otros eventos familiares y sociales, y colgaron muestras de esa voz colectiva que es el periódico Común.... El montaje, al que llamaron "Comunidad-Community, arte y comunidad como experiencia de formación", lo ratificaron en sus creencias: "Es hora de mostrar, desde los barrios, que somos testigos excepcionales de nuestra propia historia".
Su convencimiento es que el arte tiene el poder no sólo de salvar de la muerte sino de crear un rostro propio, una identidad conectada con el futuro y con la vida, a quienes se les ha marcado con el hierro caliente de la exclusión. Fredy Serna tiene una vida y una obra por delante. Con su sentido estético y comunitario, ya no se resigna a que de afuera los nombren, ya no sólo protesta, construye un camino ejemplificante para quienes han vivido desde el margen: Ya no pueden verse más como víctimas o sujetos pasivos de la historia, ha llegado la hora de ser protagonistas.

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